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Es rica en hierro, magnesio y cobalto, lo que provoca una regulación de los latidos y, como consecuencia, una bajada de la presión arterial en casos de hipertensión, no eleva la glucemia y es hipoglucémica en diabéticos de tipo II, ya que estimula la producción de insulina de forma totalmente natural, es recomendable en personas con sobrepeso, dado que apenas tiene calorías, regula el aparato digestivo, como consecuencia de su alto contenido en fibra y su mejora de la digestión, tiene poder antioxidante y antienvejecimiento, ya que favorece la prevención de problemas circulatorios como el infarto agudo de miocardio, es bactericida y previene la placa bacteriana, es antialérgenico, refuerza el sistema inmune, aumentando la resistencia a gripes, es diurético, reduciendo así el nivel de ácido úrico, y, por último, es cicatrizante.
Hasta aquí, la stevia se define como uno de los edulcorantes más sanos para nuestro organismo, pero según expertos de Seguridad Alimentaria aseguran que toda esta idealización es resultado del marketing. Las empresas la venden como el sustituto perfecto y más natural, cuando natural no significa “mejor”; culpan a la industria de provocar en los consumidores un rechazo a cualquier producto químico, cuando en verdad los beneficios dependen de la estructura y composición del alimento en cuestión, no de su origen.
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En casi todos los medios de comunicación, la stevia se vende como lo mejor, lo más saludable, pero todo aparenta ser un engaño publicitario para incitar a los fanáticos de los edulcorantes a consumirla y así, obtener beneficios monetarios, ya que ninguno de los artículos consultados especifica si existen estudios que corroboren todas sus propiedades y consecuencias positivas para el organismo y el precio de mercado es bastante más elevado que el de cualquier otro sustituto del azúcar.
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